Lo obvio no existe

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viernes, 2 de mayo de 2014

Ir a la playa

Ha pasado casi un año desde la primera y única publicación en este blog. Y es que llevo desde entonces meditando como escribir esta entrada. No pude volver a la playa hasta ayer y allí, mientras el sol me tostaba más de lo que esperaba, descubrí cuál era el enfoque exacto que quería darle a la misma.

En las sociedades urbanas occidentales costeras y relativamente cercanas a la costa del siglo XXI ir a la playa se ha convertido en la principal actividad de ocio vacacional.  ¿Por qué? os preguntaréis. Dicha actividad incluso tiene su propio tipo de turismo, por supuesto el más masivo, hablamos, claro está, del turismo de sol y playa. En esta entrada vamos a obviar las diferencias en este tipo de turismo entre los que residen en localidades costeras y los que se gastan un riñón para poder pasarse las horas sin hacer nada. También vamos a obviar la división del canon de belleza occidental entre los que aplauden la palidez más absoluta -común en los países del norte europeo y Norteamérica- y los que creen que el tostado embellece -habitual en la cuenca mediterránea y partes de EE.UU.

Lo más significativo del ocio de sol y playa frente a otros tipos de turismo (cultural, rural, de aventura, de salud, religioso...) es que la única actividad popularizada de nuestros días que consagra la inanición. Si paseas por cualquier playa de cualquier rincón del globo podrás observar que la gran mayoría de la gente -frente a las que juegan, leen, se bañan- está sentada o tirada sin hacer absolutamente nada. 

En nuestra sociedad la meditación se confunde con la inactividad y hemos desarrollado todo tipo de mecanismos y políticas para alejarnos de nosotros mismos y nuestros pensamientos. Tenemos nuestros smarthpones para whatsapear mientras vamos andando a cualquier lugar, encendemos la televisión mientras hacemos las tareas del hogar o nos dedicamos a hacer deporte o visitar cosas -por ejemplo- cuando hacemos turismo. En una visión bastante calvinista del mundo, no hacer nada nos supone malos trabajadores. Y pobres. Solemos huir de nosotros mismos y el turismo de sol y playa nos hace reencontrarnos.

Es por esto que es habitual tomar grandes decisiones tras unas vacaciones en la playa. Y también que las depresiones vuelvan en septiembre cuando volvemos a separarnos de nosotros mismos durante todo un año.

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